domingo, 13 de febrero de 2011

Solo en Domingo: Francisco Peralta Burelo / Columna / Feb 13

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Setenta y dos años

fcoperalta42@hotmail.com Hoy, precisamente hoy, cuando en Tabasco Hoy aparece publicada mi columna “Sólo en Domingo”, cumplo setenta y dos años. Simple casualidad, por cierto, pero motivo suficiente para tener un tema a la mano sobre el cual escribir esta vez y de paso recordar a un amigo inolvidable. Sí, para no hacerla de misterio, a Fausto Méndez Jiménez. Nunca se me olvidará --al menos hasta ahora no se me ha olvidado-- la respuesta que Fausto Méndez Jiménez le dio una vez a un joven que, deslumbrado --vamos a decirlo así-- por la sapiencia que demostraba sobre muchos temas, le preguntó qué tenía que hacerse para saber de tantas cosas y ver la vida de la manera que él la veía y platicaba. Fausto Méndez no le dio tantas vueltas al asunto. Tampoco intentó dar una respuesta rebuscada. Fue, como siempre lo habría hecho, directo a lo llano y sencillo. “Para llegar a ser como yo soy --le dijo-- hay que tener setenta y dos años”. Esa era la edad que él confesaba entonces. Al joven --qué pena que en este momento no recuerdo su nombre-- lo tomó por sorpresa una respuesta como esa, tan simple, en apariencia, pero tan trascendente en el fondo. A mí, que estaría entonces por los cincuenta años de edad, también me caló hondo el desparpajo y la sabiduría que había en tal expresión. Hoy, cuando cumplo setenta y dos años, constato la gran verdad que contiene esa expresión que Fausto Méndez dejó gravada en mi mente. Sí, hay que tener esa edad para ser de una determinada manera, para ver tantos matices de la vida que antes de que transcurran los años uno pierde de vista, para estar, como se dice, “más allá del bien y del mal”, para tantas cosas. Quizá, una de ellas, pero tal vez la más importante, para sentirse enteramente libre, para ser como uno tal vez antes hubiera deseado ser pero que ahora sin duda alguna quiere ser y sabe que puede serlo. Eso no lo traen solamente los setenta y dos años, ni la edad misma, sino la actitud que se asume ante la vida y que de manera directa está relacionada con lo vivido, que no solamente son años acumulados sino un incesante aprendizaje que nos va llevando a esa plenitud de la que algunos se ufanan con un “he vivido” o un “estoy viviendo”. Y es que los años no solamente nos quitan vida. No, también nos dan vida. Es más, quizá hasta nos den más vida de la que nos quiten. ¿O usted qué cree, lector, lectora? Hablaba yo de la libertad que a cierta edad alcanza uno y de cómo disfruta ésta. Empero debo confesar que en mi caso esto no es estrictamente cierto, porque hay veces que más me siento esclavo que libre. A usted lector, lectora, le voy a confiar mi “tragedia”. A mis setenta y dos años tengo un nieto de un año y medio que me trata como esclavo. ¿No sé si esto le habrá ocurrido a Fausto Méndez?. Cuando llego a casa, con ganas de tirarme a la hamaca, como por años y años lo hiciera, se me atraviesa en el camino. “Papá, papá”, no abuelo, me dice, entre las pocas palabras que ya sabe pronunciar, me toma de la mano y me lleva para allá y para acá, con gestos me pide que lo cargue --y lo peor es que pesa como quince kilos--, jala esto, jala aquello, no me suelta, llora si lo dejo un ratito (todavía no me agarra de “caballito”. Ah, eso sí, me da besitos --y me los tira--, me hace gracia. Rompe esto, rompe aquello. “Es que tú lo consientes todo”, me reclama la “yía”, o algo así, que traducido es abuela o tía. Cierto, es un trompo que no para y que a mí no me deja descansar, quizá porque no sabe la edad que tengo, bueno, eso digo yo. Por lo demás, esto es, si no fuera por ese nieto que me hace sentirme esclavo a mis setenta y dos años, cuando yo creía que gozaría por entero mi libertad, la estaría pasando bien este domingo, que tomado de la mano me andará llevando de un lado para otro, subiendo y bajando escaleras, acomodando cosas que cambió de lugar (o escondiendo objetos que rompió para que ni su madre ni su abuela se enteren y lo regañen, o nos regañen a los dos ), cargándolo cuando me extienda los brazos para que no se tire al piso en son de protesta y me haga sentir mal. Ni modo, así es la vida, y así hay que disfrutarla. Yo, por si le interesa a usted saber mi opinión, lector, lectora, a mis setenta y dos años --y no solamente con ese nieto que me da guerra, sino con otros dos, ya grandecitos-- me siento agradecido con Dios (Ah, no les invito al mole porque no habrá. P.D. Un afectuoso saludo a Jaime Domínguez, lector de Tabasco Hoy y de esta columna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.