domingo, 20 de febrero de 2011

Solo en Domingo: Francisco Peralta Burelo / Columna / Feb 20

(Publicado en el Diario Tabasco Hoy)

Terminaban en una cuneta, en un pital, en un matorral

Hace unos días, circulando por algún camino vecinal, me encontré con una imagen que desde hacía ya mucho tiempo había perdido de vista, y que en mi niñez, vivida en Comalcalco, en un rancho cercano a esta población, me resultara tan frecuente como familiar. Un hombre de evidente origen campesino, iba sentado en la silla de su caballo de "medio ganchete", o sea, con medio cuerpo hacía un lado de la montura, que con cierta dificultad lograba equilibrar para evitar la caída a tierra. Evidentemente este buen hombre iba con sus tragos de más. Quizá hasta más dormido que despierto, pero al que su caballo conducía con todo cuidado dando pasos lentos y posando sus cascos a plan para que se sostuviera en la silla de montar. Quién sabe cuántas veces habría hecho ese mismo recorrido con su dueño a lomo que no se apartaba de su caminito. Esa imagen fresca --que tanto hacía que no contemplaba--, me hizo recordar de lo que de niño tantas veces vi camino al rancho de mis padres (que entonces era de terracería, lleno de polvo en época de seca y todo un lodozal en tiempos de lluvia): borrachitos mal montados en su caballo (o borrachito de a pie). Borrachitos que iban prácticamente acostados sobre la manzana de la silla y con los brazos extendidos a ambos lados; borrachitos que se hacían de lado a lado del caballo y que de milagro no azotaban en la tierra o que no podían evitar la caída aparatosa, o deslizándose hasta aterrizar en el lodazal o en el polvaral. Y así iban por el camino (más en sábado, día de compras o ventas en el pueblo, con dinerito para gastar). Era común encontrarse una tarde, o a veces a pleno sol, dos, tres, cuatro jinetes pasados de copas que Dios sabe cómo se mantenían arriba del caballo y cómo lograban llegar a su casa. A veces se veía caminar a un caballo ensillado y sin que nadie ocupara su silla. Ahí iba la bestia paso a paso hasta llegar a la casa de su dueño, cuyos familiares tras reponerse de la sorpresa de que el animal llegara solo, salían en busca de él para encontrarlo después en una poza de lodo, a un lado del camino (o a mitad de éste) o con el sol azotándolo o el aguacero cayéndole encima. Esa era parte del paisaje rural del viejo Tabasco. Ver a una persona montada en un caballo sin llevar las riendas, banboleándose de un lado a otro con el rostro sobre la crin y el pecho encima de la manzana de la silla, desguanzado, dormido, no fue nada extraño en mi niñez. Eso lo veía uno cada sábado, cada domingo y aún entre semana. Recuerdo que también era común encontrar a los lados de los caminos rurales a campesinos que se habían tomado un "zorro" de más y que las fuerzas no les aguantaran para caminar hasta su casa, por lo que, vencidos por el sueño y por la borrachera, terminaban en una cuneta, en un pital, en un matorral, o en una poza de lodo. Bueno, así era antes; así fue. Aún inclusive en los tiempos de la prohibición garridista, que impedía la venta de bebidas embriagantes. Ese recuerdo se revivió en mí ahora y lo refiero más con ánimo anecdótico que de otro tipo. El borrachito que vi recientemente montado en su caballo andante trajo esa imagen --ya casi olvidada por mí-- a mi mente (y quizá no lo crea usted lector, lectora, pero me trajo un poquito de nostalgia).

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