lunes, 21 de marzo de 2011

Opinión / Víctor Manuel Barceló R. / Mar 21

Juárez en la conciencia del siglo XXI mexicano.

· “Si la Francia, los Estados Unidos o cualquiera otra nación se apoderara de algún punto de nuestro territorio y por nuestra debilidad no podemos arrojarle de él, dejemos siquiera vivo nuestro derecho para que las futuras generaciones que nos sucedan lo recobren”. Benito Juárez.

Es la víspera del CCV Aniversario del Natalicio del Presidente Benito Juárez -21 de marzo-. Dadas las vicisitudes que reviven en la relación bilateral de nuestro país con el imperio al norte, resulta de la mayor importancia volver a la figura recia del mexicano, que por su terca defensa de la existencia de México como nación, enfrentó y venció acechanzas de intereses mezquinos al interior, que no consideraban posible el autogobierno, y de imperios de la época –inglés, francés, holandés y estadounidense- enfrascados en repartirse el mundo, mereció el “Bien de la América”.

Este fue decretado por el Congreso de los Estados Unidos de Colombia (2 de mayo de 1865) lo que avalan otros países, Argentina y Perú, a través de la Facultad de Medicina San Fernando, homenajeando al Benemérito con una medalla de oro (28 de Julio de 1867) “POR EL TRIUNFO OBTENIDO SOBRE LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA”. En su anverso en relieve se lee: "AL D. D. BENITO JUÁREZ, LA ESCUELA DE MEDICINA DE LIMA”, al centro los escudos nacionales de Perú y México. Esta presea fue de los tesoros que acompañaron a Don Benito hasta el final de su existencia. Hoy puede apreciarse en el Museo Nacional de Historia. Vale la pena admirarle.

Diversos momentos estelares dibujan con nitidez la calidad de ser humano que fue Juárez –orgulloso indio zapoteca- y las razones de su trascendencia, en la vida toda de los mexicanos. Si lo situásemos en el momento actual, habría de considerársele como producto del esfuerzo al arribar, de pastor de ovejas, que solo hablaba zapoteco, a letrado, formado en el Seminario de Oaxaca y abogado en el Instituto de Ciencias y Artes de dicho estado, en donde obtuvo (1834) la licenciatura. Allí impartió varias cátedras llegando a ser Rector del Instituto. Analizar su vida reconforta e impusa.

La política, con una gran pasión de servicio, le lleva de regidor en el Ayuntamiento de Oaxaca (1832) el año siguiente Ministro Suplente de la Corte de Justicia Oaxaqueña. Llega por ese camino a juez, vocal de la Junta, Ministro de la Suprema C. de Justicia, Secretario de Gobierno y finalmente Gobernador. En cada paso de su ascenso, su origen era considerado por el mismo, atendíendo asuntos personales de su gente y de los pueblos indios.

En 1847 es electo diputado federal y en la Ciudad de México apuntala la dupla Santa Ana-Gómez Farías, como dilecto seguidor de este último, ilustre liberal que nunca cejó en sus principios y nos legó la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, junto a un nombre digno al servicio de los altos intereses de la patria. Ese año retorna a Oaxaca, ante la invasión estadounidense. En calidad de Gobernador interino, preserva la integridad del estado, con escasos pertrechos militares. La guerra no impidió que intensificara la actividad económica y las obras públicas. Reconstruye el Palacio de Gobierno, funda Escuelas Normales, levanta una carta geográfica y plano de la ciudad de Oaxaca. Duplica el número de escuelas -de 50 a 100 o más- e incita a que las niñas también acudan a educarse. Creó el puerto de Huatulco y construyó un camino de la capital a éste, para reducir costos de mercancías traídas de Veracruz o Acapulco. Reorganiza la Guardia Nacional y deja excedentes en el tesoro. Como gobernador, Juárez era incansable. Atendía de las cinco de la mañana hasta pasadas las 10 de la noche y vivía en la “honrada medianía” que puede proveer un sueldo de burócrata.

Al retornar Santa Ana al poder, apresa, presiona y exilia a Juárez hacia Cuba. Este parte a Nueva Orleans y allí se reúne con Melchor Ocampo y otros liberales que conspiraban contra el dictador. Se embarca a Panamá luego Acapulco para presentarse ante el líder de la Revolución de Ayutla, Juan Álvarez, ofreciéndose como escribiente, pero es reconocido y, como asesor, encauza al General a la Presidencia Provisional, siendo él nombrado Ministro de Justicia e Instrucción Pública. Expide la Ley Juárez -sobre administración de Justicia y orgánica de los tribunales de la Nación, del Distrito y Territorios- que coartaba derechos de militares y eclesiásticos –supresión de tribunales "especiales"- iniciando el camino para la separación de la iglesia y el estado.

Con el Presidente Comonfort, es primero, nuevamente Gobernador de Oaxaca, de allí Ministro de Gobernación Nacional y posteriormente Ministro de la Suprema Corte de Justicia. Diversas vicisitudes le llevan a la Presidencia de la República, desde la que tiene que enfrentar a la reacción, a quien vence en la llamada “Guerra de tres años”. Previamente pasa por: exilios forzados, luchas intestinas, recuperación de posiciones, siempre en defensa de los intereses nacionales. No descansa la tarea legislativa de un Congreso, a veces a “salto de mata”, conformando -12 de julio de 1859- la primer norma de Reforma: la "Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos", que culminaría con la de Libertad de Cultos, Matrimonio Civil y otras, que ponen en sintonía a la nación con el laicismo universal.

Desde la Independencia, crece la deuda del gobierno, hasta ser impagable. Al decretar suspensión de pagos, Juárez enfrenta una prueba más que iría consolidando –a costos muy altos- sus principios de soberanía y solución pacífica de controversias, hoy paradigmas en las relaciones internacionales. La reacción europea fue contundente: Veracruz es invadido -15 de diciembre de 1861- España con 6,000 hombres. El 9 de enero de 1862, se unen 3,000 franceses y 800 ingleses. Tras arduas negociaciones, ingleses y españoles salen del país. Los franceses sabotean. La instrucción de Napoleón III era establecer un Imperio en México, aprovechando la distracción de los estadounidenses en su conflicto norte-sur, de la Guerra de Secesión.

Ampliamente conocida es la derrota de los franceses -5 de mayo de 1862 en Puebla- por tropas mexicanas bajo el mando de Ignacio Zaragoza. Pero la guerra derivaría en el avance posterior de los imperialistas –con 25,000 soldados- hasta instaurar lo que conocemos como el efímero imperio de Maximiliano. Juárez lo enfrenta (1863-1867) en un largo peregrinaje por el territorio nacional, que le lleva a conocer fortalezas y debilidades de las poblaciones y el territorio que habitan. Enfrenta también la presión del imperio estadounidense, queriendo aprovechar la debilidad armamentista de Juárez, para sus pretensiones de tener derecho a movilizar ejércitos y pertrechos por territorio nacional –reflejados en el Tratado MacLane-Ocampo que fue un dechado de habilidad y estrategia diplomática-.

Su decisión de lucha a muerte contra la invasión se fortalece: “prefiero morir en un paraje de la Sierra, que vivir dándome por vencido, aniquilando la República” dijo en Paso del Norte, (Ciudad Juárez) Chihuahua, ante sus fieles que le incitan a cruzar la frontera. Por todas partes guerrillas republicanas enfrentan al invasor. Cuando es mermado el ejército francés, debido al retiro ordenado por Napoleón, para hacer frente a conflictos en Europa, y Estados Unidos termina su Guerra de Secesión, con el triunfo de Lincoln –quien muere asesinado- queda claro que el imperio franco-austro-húngaro-mexicano de Maximiliano, no contaba con apoyo de los últimos; ya ni el clero que esperaba el repudio a las “leyes de Reforma”, está con él. Apenas si grupos militares y poderosos señores de la economía terrateniente, siguieron al lado del fiel ejército encabezado por Miguel Miramón y Tomás Mejía, acompañando al “emperador”, junto con la “legión extranjera” y el tristemente célebre “tigre de Tacubaya” Leonardo Márquez. Termina cuando los liberales cobran la afrenta a la dignidad nacional, fusilando en Querétaro a Maximiliano y sus dos lugartenientes nativos.

Juárez, emotivo, considera que los muertos republicanos en la guerra contra la invasión de Napoleón el pequeño: murieron por el aire y la tierra de la Patria, murieron por la libertad. Con nitidez había incorporado a su yo interno, el ansia de reconocerse, de identificarse en la naciente patria, de todos los miles y miles de habitantes que vio y amó con su mirada profunda, en su largo peregrinaje hasta la frontera norte, adonde decidió que moriría peleando, antes que abandonar sus principios de libertad, igualdad, legalidad, justicia, democracia, independencia y soberanía.

A bordo del carruaje en que “paseo” el corazón de la República, se fue forjando la identidad nacional, el respeto y reconocimiento de la comunidad internacional, no solo expresada en las preseas americanas que le habilitan como Benemérito por derecho; también en la palabra oral o escrita, como la de Víctor Hugo, el enorme escritor francés del siglo XIX, quien en carta a Juárez –abogando por la vida de Maximiliano el 20 de junio de 1867- le dice “…Juárez, usted ha igualado a John Brown. La América actual tiene dos héroes, John Brown y usted. John Brown por quien la esclavitud ha muerto; usted, por quien la libertad vive. México se ha salvado por un principio y por un hombre. El principio es la República, el hombre, es usted”.

Con su ejemplo vital, Juárez construye la escala de valores mencionada. En el siglo XXI sigue vigente su obra. Su conciencia agigantada es base y sustento de la conciencia nacional. Existencia, de altas virtudes como la honestidad, la modestia, convicción y sentido del deber social, soportan el fortalecimiento de los valores por los que lucharían -casi medio siglo después- Emiliano Zapata, Francisco Villa y otros hombres que, como Juárez, recogieron de su contacto y lucha al lado del pueblo, los anhelos de libertad, determinación y soberanía sobre aire tierra y agua nacionales, que deben mantenerse inviolables, como reza la Constitución Política en su Art: 27 y coadyuvantes. En ese empeño, Juárez y su generación son el paradigma a seguir.

Correo electrónico: v_barcelo@hotmail.com Puebla, Pue. 20-marzo-2011

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